viernes, 27 de febrero de 2009

BOSQUES DE PAGO


FUENTE: Suplemento Natura nº 33 del Mundo por Miguel G. Corral



Desde que el arqueólogo Marcelino Sanz de Sautuola las descubriera en 1879, las Cuevas de Altamira pasaron casi un siglo libres de la atención de un público masivo.
Sin embargo, en 1973 las pinturas rupestres, hoy Patrimonio de la Humanidad, recibieron la visita de más de 174.000 personas, lo que puso en peligro su conservación. Cuatro años más tarde la cueva ya no era visitable. 
En la actualidad, está cerrada otra vez a la espera de un análisis científico que permita establecer un nuevo régimen de visitas. «La presencia de más de 14 personas en una de las salas puede alterar las pinturas rupestres y por ello hay que regular las visitas», comenta Óscar Prada, miembro del proyecto Runa de la Fundación Félix Rodríguez de la Fuente, durante las jornadas dedicadas a los Riesgos de la divulgación ambiental y el turismo verde celebradas en la madrileña Casa Encendida de la Obra Social Caja Madrid, «¿por qué no puede ocurrir lo mismo con los bosques sensibles o con los árboles monumentales?». La medida adoptada el pasado 1 de noviembre por el Ayuntamiento de El Tiemblo, en Ávila, de cobrar una tasa a cada vehículo y persona que acceda en las épocas de mayor afluencia al aparcamiento situado cerca del famoso castañar ha despertado un viejo debate en torno a la gestión de espacios naturales frágiles. La cercanía de este bosque a un gran núcleo como Madrid lo ha convertido en uno de los objetivos más atractivos del turismo verde. 
Y no se trata del único bosque que se ha resentido por la creciente afluencia de público que acude bajo el reclamo de las actividades en la naturaleza. El alcalde de El Tiemblo, Rubén Rodríguez Lucas, no duda de la necesidad de regular la afluencia de público como única vía para conservar «uno de los castañares más importantes de Europa». «La Guardia Civil ha contado más de 800 vehículos en un sólo día en un aparcamiento para menos de 100 coches», asegura, «son más de los que puede haber en cualquier centro comercial de la provincia de Ávila. Por eso hemos gravado el acceso de vehículos en otoño y los fines de semana de julio y agosto», aclara. A cambio, el ayuntamiento ha habilitado un recinto vigilado para dejar el coche en el pueblo y dos autobuses que suben los siete kilómetros que separan El Tiemblo del castañar por un precio de un euro. «Sólo para cubrir el gasto que origina el servicio de transporte », dice Rodríguez Lucas. «Las tasas que se cobran a quien insiste en subir en su propio medio sirven para completar el coste de los autobuses, de los folletos que usamos para educar la forma de visitar el parque y del personal que vigila el aparcamiento». Algunos de los mayores expertos en esta materia no confían en esta fórmula como la solución a los problemas de conservación que genera el exceso de presión humana sobre parajes delicados. «No entiendo que deba ser de pago. Tenemos ejemplos como el bosque de Muniellos en el que no pueden entrar más de 20 personas cada día para que se pueda preservar su ecosistema, pero, aunque haya que pedir permiso para entrar, se hace de forma gratuita», afirma Ig- nacio Abella, escritor de varias obras sobre árboles. En las jornadas de la Casa Encendida los ponentes coincidieron en que el pago puede crear una discriminación por poder adquisitivo. El director del departamento de árboles monumentales de la Diputación  de Valencia, Bernabé Moya, también muestra su desacuerdo. «No me parece bien que se pague por visitarlo, pero sí que se regule, se tutele y se conserve». Visitar el campo sin pagar «Hay que investigar antes de tomar decisiones de este tipo y así podremos hacer distinciones entre bosques sensibles y únicos, que deben ser protegidos, y aquellos que pueden ser visitados sin ningún problema», asegura Abella. Moya nombra ejemplos donde se ha actuado de esta manera. «La opción más válida es el caso del bosque de Muniellos, pero, aunque es el más famoso, no es el único caso», dice, «el Barranc dels Horts, en Castellón, es un bosque de árboles de entre 500 y 800 años que pertenece a una fundación. Hay que pedir un permiso para poder visitarlo que es totalmente gratuito». «Pero eso no quiere decir que haya que hacer modificaciones como senderos vallados o aparcamientos en el medio para facilitar la visita», opina Abella, «hay muchos casos, como el del tejo de Lebeña, en los que una actuación para proteger un árbol protegido a terminado con él». Los árboles monumentales tienen una dificultad añadida para su conservación y es que las visitas se concentran en un sólo punto y el daño que se pueda causar está mucho más localizado. Bernabé Moya cree que su protección aún no está desarrollada en la Península Ibérica. «El único caso en España de un árbol que se ha protegido de las visitas masivas es el drago de Icod», afirma, «y fue porque hace 200 años un alemán lo elevó a categoría mundial y lo convirtió en un símbolo que llegó a ilustrar los billetes de 1.000 pesetas. Ese alemán era el naturalista Alexander von Humboldt». Las empresas de turismo verde también desarrollan un papel muy importante. Para la mayoría de los expertos presentes en las jornadas celebradas en Madrid las visitas de grupos numerosos organizados perjudican algunos bosques sensibles o árboles monumentales. «Me gustaría que estas empresas se conviertieran en vigilantes del territorio», comenta César Javier Palacios, periodista y especialista en árboles singulares, «y que llegasen a negarse a ir a un lugar hasta que se proteja». La ingeniera forestal y responsable del proyecto Árboles leyendas vivas, Susana Domínguez, presentó las cifras de demandantes de turismo verde y resultan llamativas enfrentadas al panorama esbozado durante las jornadas: el 93% de los visitantes lo hace por cuenta ajena y sólo el 1,7% acude con empresas de actividades en la naturaleza. «Los culpables de deterioro somos todos, no sólo las empresas de senderismo». De cualquier forma, los habitantes de grandes ciudades tienen cada vez mayor necesidad de contactar con los lugares más silvestres y eso conlleva un desgaste. «¿Para quién protegemos, sino para los ciudadanos?», plantea Abella. «Hay que estudiar cada caso y después proteger». «El problema es que muchas veces estas medidas se toman sin realizar un estudio previo», dice Abella. «Las administraciones tienen que ponerse las pilas con las últimas investigaciones antes de tomar decisiones de gestión de espacios naturales». Para Bernabé Moya la clave está en la consideración que se tenga de los árboles monumentales. «¿Un árbol puede ser un monumento?», se pregunta, «¿Qué diferencia hay entre un tejo de 800 años y una iglesia románica?». Nadie pone el grito en el cielo cuando se cierran las Cuevas de Altamira para estudiar su estado de conservación o cuando se prohíbe tocar el Guernica de Picasso. «Tenemos que hacer lo mismo con los bosques y árboles monumentales», dice Moya, «hay que equiparar el patrimonio natural con el histórico o el artístico». 

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