viernes, 10 de junio de 2011

CABO HIGER: AL ENCUENTRO DE LOS PIRATAS

 "En un país de piratas no importa que seamos filubusteros" Esta categórica aseveración escuchada hace más de veinte años sirve como introducción por este paraje de la costa vasca guipuzcuana.En las laderas del mítico Jaizkibel, en su parte Noreste se encuentra el cabo Higer. Los pliegues han originado una costa agreste, desde Higuer hasta Pasai Donibane, con numerosas ensenadas y calas amaparadas por puntas rocosas que les protegen de la fuerza del oleaje.
 El recorrido es un autentico rompepiernas. Un sube y baja continuo, que con buen tiempo y ganas de fisfrutar de las vistas y el paisaje.  Las especies exóticas han modificado la morfología del entorno. El pino marítimo y la falsa acacia van reemplazando por completo a los antiguos pastos  y a las especies autoctonas de roble atlántico y melojo. Pero a lo largo del recorrido se vislumbran otras especies que resisten a este avance. Arce, avellano, zarzamora, hinojo marino, rosal silvestre, brezo cantábrico, sauce, castaño, espino albar y  enebro entre otros.El eucalipto y el roble americano empiezan a mostrarse en otros puntos del recorrido, junto al pino piñonero.
 El mar se muestra enrabietado, bravo y no muy recomendable para sumergirse. Un riachuelo cercano vierte su paupérrimo caudal dosificado a la costa que nos rodea. Tritones, sapos comunes y parteros, además de salamandras buscan en este pequeño remanso su habitat natural, ajenos a lo que les rodea.Seguramente que las Lamias mecieron sus cabellos en estas aguas cristalinas en tiempos pretétiros. Una tubería oxidada derrama el agua de la depuradora cercana al mar convirtiéndola en un artificio más o menos natural.
 El azul del agua y el blanco de la espuma de las olas conforman una estampa cuidada en contraste con el ocre de los acantilidados y salientes. La fuerza del mar es impresionante y el deambular de las olas rompiendo contras las rocas y calas costeras es continuo. Fuerzas vivas de la madre Naturaleza. 
 Cuesta poco abstraerse de la realidad y viajar mentalmente al pasado, donde corsarios, piratas y bucaneros navegaban por estas costas en busca de nuevos botines y abordajes, entamblando feroces ruidos de espadas  y sables.
 Otro teroso, recondito y encontrado en este camino es  esta piña rebanada astuta y sagazamente por un dueño y señor de estos parajes. Hay otro tipo de vida que no nos detenemos a observar con una simple mirada.
 Levantamos la mirada hacia el horizonte, en busca del faro del cabo de Higuer y observamos como sobrevuela  un ave depredadora de la costa. Su instinto de supervivencia le hace vislumbrar, en un destino no muy lejano una presa fácil de saciar su buche hambriento. En la temporada invernal, estos acantiiados se convierten en el refugio idóneo para las alcas y araos en su peregrinaje mundano.
 El pintoresco pueblo de Hondarribia  alberga dentro de su parte antigua amurallada, el castillo de Carlos V convertido en la actualidad en parador de turismo; la Iglesia de la Asunción con torre barroca e interior gótico; su calle Mayor combina fachadas renacentistas y barrocas, entre otras curiosidades.
 Un último botín a modo de recompensa final por este territorio cercano a la costa francesa, es este impnenete tejo situado al lado del Hogar del Jubilado. En su base se encuentra rodeado de suculentas matas de boj que le confieren un aspecto ajardinado diferente.
 En la parte baja de Hondarribia, el barrio de los pescadores con sus casas balconadas teñidas de diferentes colores, que dan vida a la nostalgia cuando Pío Baroja paseaba por estos rincones a sus personajes.

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