jueves, 23 de febrero de 2012

UN PAÍS DE ARBORICIDIAS


Ilustracion de PATRICK THOMAS

Fuente: Suplemento Magazine de La Vanguardia,27-10-2011 por Ángeles Caso


Domingo 2 de octubre. En la página 48 de este Magazine, me encuentro un estupendo reportaje sobre bosques. Durante un rato, la imaginación me traslada a esos lugares llenos de árboles magníficos, desde los carvallos de mi querido norte, con su profundo olor a humedad, hasta los manglares de las selvas de Borneo, en las que creo oír el chillido del casi extinto orangután rojo. Recuerdo entonces que este es el año internacional de los Bosques y que había decidido escribir un artículo sobre ello.

Adoro los bosques. En realidad, adoro los árboles. Un haya centenaria que enrojece en medio de la montaña ahora que llega el otoño, un olivo de ramas retorcidas que contempla serenamente el Mediterráneo desde hace quinientos años, un abeto dejando mecerse sus ramas al viento, un chopo cuyas hojas tintinean en su largo camino hacia el cielo, un manzano que expande sus flores rosas en el aire una mañana de primavera, cualquiera de esos seres me parece una de las cosas más hermosas que me ofrece el mundo.
Los miro con ternura y con admiración, envidiando su paciencia y su resistencia, y sabiendo que contienen tanta vida, que cada uno de ellos es un universo en pequeño. Confieso que el trato que les damos me hace sufrir. Y no hablo sólo de la vergonzosa deforestación del Amazonas, donde cada minuto desaparece una masa forestal equivalente a seis campos de fútbol para plantar soja con la cual fabricar piensos que alimenten a nuestro ganado. O de la desaparición de los bosques de turberas y las selvas tropicales de Indonesia, donde ahora se produce aceite de palma que usaremos en este lado del mundo en alimentos, cosmética y biocombustibles. Hablo también de la dejadez y la falta de respeto hacia los árboles en nuestro país, donde los hemos esquilmado desde hace siglos por motivos diversos –todos ellos económicos– sin que nadie se haya preocupado por el asunto. (Es cierto que algunas décadas atrás se acometieron replantaciones, pero el criterio con el que se hicieron, sin preocuparse por recuperar ejemplares autóctonos y creando masas de una única especie, no es precisamente el más adecuado.)

Salvo que uno recorra el norte o el nordeste, viajar por España y descubrir que a lo largo de cientos y cientos de kilómetros apenas hay una mala sombra, una copa en la que puedan refugiarse los pájaros, produce auténtica pena. Por toda esa belleza que ya no existe, desde luego, pero sobre todo por la importancia que los árboles tienen para nuestra propia vida: entre otras muchas virtudes, ellos son auténticos sumideros del dañino carbono, sostenedores de las tierras y generadores de lluvia. Buena parte de los españoles –encabezados por sus políticos– parece, sin embargo, ignorar todo eso y trata a los árboles con indiferencia cuando no con desprecio. Hay aún demasiada gente capaz de protestar porque la morera que crece trabajosamente ante sus ventanas le tapa la amena vista de los transeúntes apresurados y del tráfico, o de talar un espléndido arce de su jardín porque da sombra justo en el lugar en el que le apetece tomar el sol de 5 a 7. Verdaderos arboricidas que matan árboles como si fuesen propiedad privada y no un bien –un privilegio, pero también una responsabilidad– que pertenece a la humanidad entera. La presente y la futura.

P.D: Porque no es necesario conmemorar una fecha concreta, un año en exclusiva dedicado a defender una causa. Bastan las pequeñas causas, el día a día en la pelea por lo que creemos justo y necesario. Nuestros bosques autóctonos. Por eso hemos traido este artículo que tiene plena vigencia en otra fecha y otro año.


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