Los hay variopintos: adjuntos a los lugares de culto, en los parques y plazas de nuestro entorno urbano, en los núcleos rurales, creciendo en zonas umbrías cerca de arroyos o bien rompiendo con calma rocas sobre las que se aúpan sus “tubos de órgano” resultando espectaculares formas orgánicas que parecen derretirse y chorrear cubriendo parte de la roca como un queso fundido o unos relojes blandos de Dalí.
Vetustos y retoños, gigantescos y pequeños, con ramas y sin ellas, frondosos y escuálidos los que aquí se muestran son el fruto de muchos pasos, horas y kilómetros de trayecto en la mochila personal para representar algunos de los que resisten en distintos enclaves de la geografía de la cordillera cantábrica.
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