La pandemia a la que nos enfrentamos no resulta un impedimento para conmemorar el Día de los bosques autóctonos. Se trata de adaptarse y cambiar la dinámica a la que estamos acostumbrados a celebrarlo. Sin focos y taquígrafos que nos acompañen, sin público, optamos por labores de vigilancia y mantenimiento de lo que llevamos sembrado.
Cae la hoja otoñal, a un ritmo pausado, sosegado y lento. Despojando de su mejor vestido a los frondosos árboles y arbustos caducos para seguir un ciclo vital fructífero. Es el momento de revisar nuestras balas de la cosecha de este año: bellotas, hayucos, semillas de rusco y madroños que reforestan lugares estratégicos previamente seleccionados.
Contamos con la inestimable ayuda de nuestro señor del bosque, Basajaun, que con su azada y su bolsa repleta de valiosísimas semillas se embosca en esta laboriosa tarea. Mientras supervisa como crecen el laurel, el tierno roble, la simbiosis de micorrizas entre hongo y bellota y el vertiginoso avance de los fresnos de forma natural.
Aprovecha en su itinerante trayecto, para regar de forma copiosa aquellos plantones que estima oportuno. Para que en un futuro reivindiquemos que no se trata de hacer más ruido por un árbol que cae que por un bosque que crece
Es nuestra pequeña contribución desde txirpial y corroborar el mensaje que inserta la imagen inferior y por extensión su acróstico lateral.
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