Que cuente, la berrea, con tanto escuchador, posiblemente tenga relación con la facilidad que convoca al disfrute del espectáculo. Se podría decir que la llamada de los ciervos nos llama también a nosotros. Acontecimiento casi siempre casi para todos, exclusivamente sonoro. La brama es radiofónica. Es como ese medio de comunicación, sin duda el más vivaz, y como tal sólo demanda que oigas.
Fácil, por tanto, pero al mismo tiempo, formidable propuesta que la Naturaleza hace a nuestro adormecido acordarnos de ella.
La tormenta que hasta nuestros tímpanos avanza prendida en los bramidos tiene la obvia resonancia y todo el calado propositito que queramos imaginar y aceptar.
Primero porque se trata de un ronco, vibrante, atronador pariente del mugido, que todavía resulta más familiar. No distan demasiado los cérvidos de los bóvidos. Pero unos aportan la silvestre libertad, los otros la mansedumbre doméstica.
Me costará mucho, si es que lo consigo, olvidarme del rapapolvo de un oyente de uno de mis programas de radio por haber comentado que los ciervos eran bóvidos. Lapsus o error que no evita el comentario de que todos los ungulados son pariente próximos, aunque las familias sean distintas.
Pues bien: el bramido que preña todos los aires del monte durante casi dos meses es el más encendido lenguaje amoroso de los animales que pueblan nuestros paisajes. Trueno entubado, vibrato de bajo, carraspeos y chasquidos adicionales, junto con algunas grotescas toses entrecortadas. Y, de pronto, el testarazo de la astas, el entrechocar de dos arboledas cutáneas que con ser de células animales, vivas, parecen yunque y martillo, muertos. Tormenta, insisto.
Cuando todo esto se da la mano como ahora mismo, y es que estamos en las dos semanas de máximos en lo que a berrea se refiere, lo que alcanza nuestros oídos es la proclama de la ancestral carne enamorada, del espíritu del bosque, todo, enardecido por el ardor de su criatura más elegante y todo ello sin más propósito que la aventura por excelencia, la que resume la historia de la vida: ¡el volver empezar!