La madera del cartel que ilustra esta ruta es dócil, manejable para el artesano que pacientemente ha tallado sobre ella el nombre del itinerario y la distancia. Una ribera del río Omaña en la comarca leonesa del mismo nombre, que une dos pueblos en una calurosa tarde veraniega.
De salida, no viajo sólo. Me acompaña por encima de mi cabeza el vuelo amable y vigilante de una ave rapaz que marca desde el aire el dominio de sus territorio. Desconozco la ruta, me han hablado maravillas del lugar y picado por la curiosidad me adentro en sus entrañas.
Indago sobre un posible camino paralelo al cauce del río. Sigo su trayecto. Observo los primeros chopos en los lindes del camino. Meciendo sus brotes tiernos, jóvenes y su verde oscuro de sus hojas a la ligera brisa que sopla por momentos. Acomodo mi paso con la dulce calma que se respira en ese momento.
Sorpresa grata la que me encuentro unos metros mas adelante. A pesar de sufrir una plaga devastadora en años precedentes, el ulmus minor, el negrillo sobrevive con fuerza en esta ribera . Mas de quince ejemplares de pequeño tamaño arraigan con fuerza sus raíces en el margen del río.
Me descoloca un poco la presencia de este joven ejemplar de roble melojo, quercus pyrenaica. Tan próximo al caudal del agua. Seguro que ha intervenido alguien en el porque de su ubicación. O simplemente la Naturaleza cumple unos de sus deseos caprichosos y sus semilla primigenia aumenta la biodiversidad genética de la zona.
De repente, la tranquilidad horaria y del paisaje se ve alterada por el ruido que proviene del río; el remanso de paz por el que transitaba el agua se ve alterado por un pequeñísimo desnivel a modo de torrente que apresura el tránsito del caudal. El agua choca con virulencia contra las piedras: esas piedras que en tantísimas ocasiones hemos lanzado al río para cortar el agua y salir botando, unas, dos y hasta tres y cuatro veces desvaneciéndose a mitad de trayecto.
Como me ocurre en otras ocasiones no viajo sólo: observo la presencia del zorro por medio de esta deyección en una orilla del camino. Delimitando su frontera, su terreno, su hábitat de paso, a modo de pertenencia al terruño.
El espino albar o majuelo, Crataegus monogyna, se aparta del camino y crece un poco más distante del bosque de galería por el que me desplazo. No se erige en protagonista principal de la vegetación conformándose con un papel secundario dentro del ecosistema.
Al otro lado del río, en su orilla diviso en un claro lo que parece una cama artificial muy mullida. Alguien ha tenido una noche muy trabajada o simplemente es el refugio de un jabalí y sus acompañantes en busca de un reposo merecido.
El rió me vuelve a sorprender. De sus entrañas brotan un color amarillento vivaz en la parte umbría. El ranúnculo flotante hunde sus raíces en el agua y presenta sus hojas sumergidas en cintas filiformes.
Casi al final del camino las hojas del serbal de cazadores, sorbus aucuparia, llaman mi atención. A pesar de ser verano, van perdiendo el verde propio de la estación y en sus puntas y extremos predomina el amarillo. La clorofila va perdiendo fuerza por instantes.
Cruzo el puente sobre el río en la localidad de Omañuela y me detengo a leer el panel interpretativo en el que se detallan algunas de las especies de flora y fauna que predominan en este entorno.
El trayecto de vuelta lo realizo mas apresurado. No me detengo en contemplar tantos detalles. En apenas media hora regreso al punto de partida. Vuelvo la vista atrás, sobre el camino y contemplo un dintel imaginario que forman entrelazados los árboles sobre una puerta misteriosa, siempre abierta que te permite entrar y salir del bosque de ribera sin pedir permiso a nadie.
De regreso a la morada temporal, una parada en Riello. La espadaña de la Iglesia muestra en todo lo alto una reivindicación muy arraigada en estos lares: las Juntas Vecinales y los Concejos, garantes de la vida cotidiana y del regir de estos pueblos, que algunos privilegiados quieren suprimir desde instancias superiores. Pero ese es otro cantar.
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