La zona de Munarrikolanda, además de Urkomendi y Arene, entre Sopelana y Berango, se recupera del devastador incendio sufrido durante el invierno pasado. Siguiendo este sencillo mapa superior, encontraremos vestigios del pasado, antiguas fortificacion es del cinturón de hierro y sobre todo el renacer de la Naturaleza tras el fuego.
En este viaje no caminamos solos, el arrendajo, como indica esta pluma encontrada en la zona, nos acompaña con sus vuelo rasante y bajo alarmado por el peligro de seres extraños por sus dominios.
Es sorprendente el cambio que ha experimentado este accidente geográfico en apenas seis meses. Las flores cubren la cubierta vegetal, dotándola de colorido, que contrasta con el oscuro negro que blanden cortezas y troncos de los árboles y arbustos que sobrevivieron al incendio.
La daboecia cantábrica renace con vigor en esta ínsula verde que recupera poco a poco su anterior paisaje sin intervención humana que le ayude a avanzar a paso agigantados.
Los insectos, diminutos como los de la fotografia superior, comienzan a poblar las flores, el suelo y los pequeños huecos de la madera muerta, en busca de una nueva morada en la que poder cobijarse.
Lo que queda al descubierto, tras la catástrofe, es este bunker defensivo, En su día la maleza y vegetación permitía camuflarse y defender a los soldados el cinturón de hierro bilbaíno. En la actualidad, su estrategia defensiva dejaría mucho que desear. Un objetivo fácil para el enemigo .Desprovisto de arbustos que le camuflen. Aunque por otra parte, aguantó muy bien los embistes del fuego no mostrando daños ni en el exterior ni en su interior.
Este madroño de la imagen se convierte en improvisado cruce de camino. Sorteando los laberintos del terreno embarrado por las lluvias estivales. Apenas muestra daños en su aspecto de las llamas.
No sucede lo mismo con este ábedul. En su parte inferior muestra su corteza blanquecina quemada, dañada por la acción del fuego. Pero si alzamos la vista, en las ramas superiores encontramos los brotes de las hojas tiernas y bisoñas de esta temporada. Un milagro para la vida.
Avanzando por el recorrido previsto, la hierba empieza a colonizar el terreno, al igual que los helechos, mientras que se resisten a caer los árboles dañados por el fuego.
Una estaca de un cercado, abrasada por las altas temperaturas soportada durante el incendio, pone la nota de contraste. La hierba sigue creciendo a sus pies, mientras ella se mantiene vigilante, protectora y defensora de la riqueza que en su finca alberga.
Para los profanos del lugar, esta zona es rica en yacimientos prehistóricos, en concreto dólmenes, que están debidamente catalogados y en los cuales se puede encontrar una inscripción como la de arriba.
Abandonamos el paseo con una instantánea un tanto primaveral. un polinizado cumpliendo con su tarea nutre su cuerpo del néctar supremo que le proporciona esta flor. La vida fluye de forma espontanea y nos hace recordar esa frase mítica que le pronunció el monte al ingeniero:
"No me toques, que yo sólo me regenero".
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