lunes, 22 de marzo de 2010

RENGLONES TORCIDOS SANTOÑESES

“Decídmelo y lo olvidaré, enseñádmelo y lo recordaré, implicadme y lo entenderé, apartaos y actuaré”. Proverbio chino
¿Quién dijo que Santoña era solo puerto y mar? La villa y el puerto pesquero se refugian protegidos de los vientos bajo la imponente cima del Monte Buciero o Peña Ganzo. La población fue un tómbolo unido a Noja por el arenal de la Berria, hasta que se construyó la carretera que cruza la marisma.
El Buciero horadado por túneles, polvorines y flanqueado por fuertes artilleros se convirtió en protagonista de nuestro paseo sabatino. La lluvia constante no resultó un impedimento para descubrir las entrañas de esta cima costera. Partimos desde el puerto para proseguir por el paseo marítimo de la playa. Ascendimos por las escaleras hasta el monumento a la Virgen María del Puerto. Punto de referencia de los lugareños; subían para divisar a los dos vírgenes que moraban allí: la patrona de la villa y la que ocupaba los apartamentos próximos.

Atravesado el repecho inicial decidimos resguardarnos en el Fuerte de San Carlos. Desde un ventanal se atisba la localidad vecina de Laredo, referente de las disputas locales entre “tiñosos y pejinos”. Por un instante, retrocedemos en el tiempo e imaginamos las contiendas bélicas de otra época pasada. Regresamos al presente y capturamos esta instantánea, un tanto surrealista, que conjuga lo cercano y lo remoto.

Retrocedemos unos pasos y acortamos por una senda tupida de vegetación. En busca de la pista buena que nos introdujo en el intrincado bosque de galería del encinar.

El paisaje resultaba impenetrable y misterioso. El madroño, la zarzaparrilla, las encinas y el laurel conferían al recorrido un espectáculo arcaico, primitivo, propio de otras latitudes. Similar a los bosques de laurisilva canarios.




Continuamos el camino y cruzamos al lado de la cabaña de leña, para detenernos en el mirador de la Peña del Fraile. Un horizonte de vértigo se atisba a nuestros pies. Además, la plomiza lluvia ha desaparecido, lo que permite despojarnos de capas, paraguas y chubasqueros humedecidos y posar con nuestra reivindicación particular.




La proximidad de los acantilados facilitó en tiempos pretéritos que esta parte de la villa proliferaran numerosos cargaderos de limonita. Muy cerca se encontraban las minas del preciado mineral, por las que discurre el camino de los avellanos perfectamente balizado por los diseñadores de la travesía.
Si en los renglones anteriores habíamos evocado a paisajes relictos, la imagen inferior nos llevaría a costas más cálidas, propias de otros paraísos lejanos.


Con apenas dos horas de paseo por el encinar nos adentramos hacia la derecha en dirección al Faro del Caballo y la batería del Fuerte de San Felipe. Los más ligeros expedicionarios encaminaron sus pasos por sus 760 vertiginosos peldaños, para otear sus vistas y acantilados de primera mano.



Repuestos tras las viandas y el generoso esfuerzo del descenso y ascenso del Faro, el grueso de ruteros retoma el camino en dirección hacia el Faro del Pescador. Los cánticos de las aves nidificadoras del encinar acompañaban nuestro tránsito. El milano negro, en una primera observación del año por un despierto ornitólogo, y el halcón peregrino endulzaban nuestros oídos con sus cantares.Antes de iniciar el descenso hacia el Faro del pescador, una pista a la izquierda conduce hacia a la Atalaya y el Fuerte de Napoleón. Desde la primera se contempla una gran vista panorámica. Empleada en su época para avistar las ballenas y en la guerra, como punto de observación para vislumbrar los movimientos de los batallones enemigos. Mientras que el segundo vocablo citado anteriormente, también conocido como el Mazo, es el fuerte más elevado de todos los existentes en Santoña. Construido por orden directa del Emperador durante la Guerra de Independencia y último reducto de los franceses antes de su retirada.
Resulta conveniente recordar que esta excursión tenía como principal motivo poner en práctica los conocimientos adquiridos en la charla sobre las primeras flores del bosque. La violeta, como la de la fotografía, la fresa silvestre, el eléboro verde y la escila salieron raudas a nuestro encuentro.



Dejándose acompañar igualmente por el narciso trompón, la prímula veris, el aro maculato y la carrasquilla azul.


Tras alcanzar el Faro del Pescador, el camino hacia el barrio del Dueso, se hace por una carretera que permite transitar hasta el mismo en bicicleta, si se cree oportuno. Además, alberga una especie de pequeño museo para los más interesados y curiosos.
Desde el borde de la carretera se vislumbra la playa de Berria, lugar de reposo y baño de los turistas y lugareños en la temporada estival. Sobre las cuatro de la tarde concluye la jornada en un bar del mencionado barrio del Dueso, paralelo al penal del mismo nombre, desde donde se obtiene esta instantánea.



Una vez reagrupados los excursionistas intercambiaron impresiones sobre lo acontecido en tan imborrable jornada.


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