viernes, 7 de enero de 2011

CUENTO DE BASAJAUN 2ª PARTE


Fue así pasando la mañana y decidimos hacer un alto en el camino para refrescarnos y degustar los suculentos frutos que habíamos recogido. Mientras descansábamos sobre unos mullidos asientos musgosos observábamos una vivaracha comadreja que al silencio de nuestros pasos reanudó su vida cotidiana.
Tras una breve siesta acompañe a Basajaun a su constante e infatigable tarea cotidiana. Cogió una azada y me dio otra, un saco repleto de bellotas, avellanas y otros frutos del bosque y se fue. No a un claro, allí ya se encargaba el propio bosque de sustituir al árbol derribado por la nieve, el viento o el simple paso del tiempo, sino al lindero, allí donde se acaba el bosque y empieza el" gran claro" de los hombres.
Sus manos curtidas, su destreza con la azada y el conocimiento de los árboles, plantas y animales marcaban su incansable quehacer: un roble aquí para las ardillas, ratones e insectos; al lado de este arroyo unos sauces y unos alisos para mis amigos los lúganos y las truchas; un fresno para que proporciones sombra a las ovejas; unos majuelos para erizos y zorros; un saúco para las viajeras currucas, un serbal para los zorzales; unos acebos para el invierno…
Pero Basajaun no se encontraba sólo, contaba con la inestimable ayuda de algunos aliados del bosque: el siempre escandaloso arrendajo, tenía encomendada la importante labor de sembrar bellotas en los lugares más inverosímiles, allí donde Basajaun no accedía con su azada; en el hueco de un haya trasmocha, entre unas peñas en la pendiente, en un huerto abandonado por un hombre cansado, o simplemente dejaba caer algunas al arroyo para que el agua las llevase curso abajo y creciesen junto a los hombres.
Y así, día a día, metro a metro el bosque se iba extendiendo, sin que nadie se percatase.
Cercana ya la noche, el ladrido de un corzo nos avisó de que era hora ya de recoger. Un ciervo volante iniciaba su torpe vuelo amoroso y el resto de seres del bosque esperaban ya el cambio de turno: ginetas, murciélagos, erizos, etc. Cansados nos refugiamos en una de las numerosas cuevas y preparamos una suculenta mesa. La leña caída nos sirvió para cocinar y calentarnos. Recuerdo el ulular del cárabo fuera y que poco a poco el sueño me fue invadiendo: la comida, el calor, el cansancio, las emociones, la somnolencia provocada por las amanitas. Fue cuando conocía a los otros seres del bosque: lamias, duendes, hasta la mismísima Mari y aquellos que hace ya tiempo habitaron el bosque y que huyeron a otros más frondosos, el urogallo, la marta, el lince, el lobo y hasta el mismo oso.
Entonces, por primera vez escuche a Basajaun que en nombre de todos los habitantes del bosque tomó la palabra:
"El bosque es nuestro hogar, un lugar para vivir, no es sólo un conjunto de árboles, es un conjunto de seres vivos y muertos interrelacionados entre sí mediante complejas relaciones de interdependencia; desde las cadenas tróficas o la polinización de las flores de los árboles por los insectos; las micorrizas, las descomposiciones. Un bosque es en sí mismo un ser vivo en el que todos sus miembros son indispensables y del que aún no conocéis ni una mínima parte de sus imbricadas relaciones ni de las aplicaciones que os pueden aportar a vosotros humanos, que un día vivisteis en los árboles".


Extrañado por este vocabulario, más propio de un profesor universitario, entendía que Basajaun sabía mejor que nadie como habían entretejido esas relaciones todos los seres del bosque que llevaban evolucionando conjuntamente desde hace cientos de años porque él lo había visto con sus propios ojos.
En este delirio me encontraba cuando me despertó el ruido de una moto sierra, ya no estaba Basajaun. Pero al mismo tiempo que encontré la respuesta a mis preguntas, un presagió me recorrió el cuerpo, si desapareciese el bosque, Basajaun desaparecería con él.
© Txemi Martínez Postigo

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