lunes, 21 de abril de 2008

DALE UN BESO….




Y el sapo, entonces, no se transformó en la persona soñada. Tras el dulce, húmedo y sentido roce de los labios en su diminuta boca, el anfibio retornó a sus orígenes.

Nuestro cuento particular comienza en un hayedo próximo a Saldropo en Barazar. Nuestros protagonistas, un grupo heterogéneo de personas de diferentes edades. El objetivo conocer in situ las bondades de este ecosistema y ayudar a unas jóvenes adolescentes en la realización de un trabajo sobre el mismo.
A veces, conviene recordar los orígenes primigenios de nuestro colectivo: el estudio, la divulgación y conservación de la biodiversidad y sus hábitats y en especial de la flora y fauna autóctonas.

Y esta actividad resultó un ejemplo clarificador de la Educación Medioambiental. Como en determinadas ocasiones, esta disciplina disimula las lagunas curriculares que la educación reglada y formal no llega a cubrir. Una salida eminentemente práctica y sobre el terreno que permite un trabajo de campo pormenorizado.Paso a paso, detalle a detalle, nuestras intrépidas mancebas anotaban en su cuaderno de campo las oportunas explicaciones de los improvisados irakasleak.

Como el diente de perro y la anémona del bosque empiezan a brotar entre la hojarasca umbría del hayedo. Acercándonos pausadamente a un haya robusta, esbelta y veterana nos susurró, con voz entrecortada y débil las siguientes palabras:
“Más de ciento cincuenta años de vida me contemplan. Por delante de mi larga y oscura sombra han transitado todo tipo de seres: vivos y humanos; domesticados y salvajes; maduros e inmaduros. Pero sólo unos pocos aprecian nuestra figura e importancia dentro del bosque”.
Efectivamente, bastó con desgajar una gruesa rama, seca y veterana, para descubrir en su oquedad y entrañas a nuevos inquilinos: el escarabajo, la araña y la cochinilla de la humedad.
Apenas cincuenta metros más arriba de nuestro singular ejemplar, confundida entre las hojas secas que tapizan el suelo del hayedo, un experimentado conservacionista descubre el rastro del tejón. Sus excrementos nos denotan que nos adentrábamos en sus dominios. A pesar de tratarse de un animal huidizo y precavido, pues esconde sus deposiciones en letrinas. Nuestro trepidante explorador avanzó, ladera arriba, en busca de nuevos hallazgos. A su vuelta nos contó como había escuchado el canto del cuco, marcando su límite territorial, lástima que sólo teníamos pan en nuestras mochilas, y apenas dinero en nuestros bolsillos.
Sin embargo, las casualidades que nos da la vida, nos permitió, tras un breve silencio, escuchar en la lejanía los cantos del chochín y el zorzal, avisándonos de su presencia al inicio del sotobosque.
Levantamos la vista hacia el horizonte y descubrimos a los alerces, alineados de manera consecutiva. En el camino de regreso a nuestros vehículos nos vimos sorprendidos por una diminuta cría de rana parda (patilarga) que intentaba camuflarse entre el mosaico de hojas marchitas.
Acomodados en los automóviles nos dirigimos, en una empinada y serpenteante pista forestal, hacia la zona de Mendizabala y el embalse de Iondegorda (en los limítrofes de Zeanuri) predispuestos a realizar la buena acción del día: devolver a su medio natural a una treintena de salamandras y un sapo que flotan en su superficie. Rescatados de tan siniestro destino, la liberación de estas especies en el arroyo próximo al hayedo convirtió a nuestros protagonistas en espontáneos paparazzis, para grabarlas y registrarlas en sus cámaras, como si se tratara de un famoso asiduo a aparecer en las revistas del cuore.
Los brotes tiernos de arándanos, invitaban a su recolección para elaborar una suculenta tarta que puso la guinda a tan provechosa jornada.








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