lunes, 3 de agosto de 2009

POR LA SENDA DEL RÍO TORRE







El río Torre fluye montaña abajo en dirección a la localidad leonesa de Santiago de las Villas, al norte de la capital. Se trata de un pueblo pequeño, alejado de la carretera principal, de esos a los que se llega sin previo aviso. Estacionado el vehículo a las afueras del mismo junto a una explotación ganadera, seguimos la pista de la derecha que cruza un puente moderno y nos conduce por un paisaje tapizado de robles al principio a izquierda y derecha del curso fluvial, para continuar con las encinas hasta llegar al pequeño bosque de tejos. Ganando altura en la parte izquierda del arroyo, unos 15 tejos de diferente edad, porte y diámetro nos reciben tras una empinada subida. Separados a cierta distancia unos de otros, presentan alguna oquedad en el tronco. Permitiendo a otros diminutos habitantes del bosque pernoctar y morar en sus entrañas. El suelo calizo sobre el que se sujetan, con ligera pendiente, se muestra tapizado en distintas partes, cubierto por escobas, distintos tipos de gramíneas, por matas de té de roca, tomillo. La regeneración natural del tejo también se aprecia en el terreno. Dos tupidos setos del citado ejemplar son apreciables a distinta altura y alejados uno de otro por unos treinta metros. Era costumbre en la zona, podar las ramas de estos árboles para la bendición de las casas. Resulta conveniente recordar que este camino era zona de paso para las peregrinaciones jacobeas que hacían el desvío al Salvador de Oviedo e igualmente ,zona de tránsito para los rebaños transhumantes.




Por el camino el arrendajo defiende su terreno con sus proclamas a los cuatro vientos. Los pequeños carboneros y herrerillos revolotean de árbol en árbol ante la presencia del extraño. Un gavilán enérgico, aprovecha el suave viento matinal para planear y cruzar de un valle a otro. El manzano silvestre, carga sus ramas de tan apreciado fruto, a la espera de su recolecta a finales de setiembre. Deyecciones, huellas y rastros en distintos puntos del camino, nos avisan que circulamos por los dominios del jabalí, corzo, ciervo y conejo. Distintas especies de mariposa liban el néctar de cardos y flores que jalonan el camino. La sorpresa la encontramos en una pequeña pradera, a la izquierda, junto al río. Tres tipos diferentes de orquídeas sobreviven en esta época del año. Dos orchis y una dactylorhiza. Ahogan sus últimos días y nuestro paseo concluye en el mismo punto que lo iniciamos cargados de ganancias netas de biodiversidad. Otra experiencia más para añadir al zurrón de la incipiente “arba extrema”.