AL DIRECTOR DE THE
DAILY CHRONICLE
23 de abril de 1895
Señor director:
Me permito dirigirle unas
letras a propósito del tratamiento que está recibiendo en la actualidad el
bosque de Epping. Nací y crecí en sus inmediaciones (Walthamstow y Woodford), y
en mi niñez y mocedad lo conocí palmo a palmo desde Wanstead hasta los Theydons
y desde Hale End hasta Fairlop Oak. En aquellos tiempos sus peores enemigos
eran los ladrones de grava y los constructores de vallas, y nunca dejó de ser
un lugar ameno y, a menudo hermoso. Por lo que cuentan, hace tiempo que la
mayor parte del bosque ha sido destruida y me temo que pese al optimismo de
usted al respecto, lo que queda está amenazado de ruina.
El carácter
especial del bosque radicaba en estar formado en su mayor parte por carpes, un
árbol raro salvo en Essex y Herts. Era con toda seguridad el mayor carpedal de
estas islas, y supongo que del mundo. Todos los árboles se desmochaban, y
quedaban otra vez cubiertos cada cuatro a seis años; en muchos lugares se
mezclaban con acebo. El resultado era un bosque muy curioso y particular,
imposible de encontrar en ningún otro sitio. Y estoy de acuerdo en que solo
sería tolerable un tratamiento que mantenga intacto este bosque.
Pero el
carpe, aunque es un árbol interesante para las personas dotadas de razón e
inquietudes artísticas, no es el favorito de los guardianes del paisaje, y
mucho me temo que la intención de las autoridades es erradicar los árboles
nativos para plantar en su lugar maleza como los cedros del Himalaya o las
invasoras coníferas.
Nos dicen que
ya se ha formado una comisión de “expertos” para emitir un juicio acerca del
bosque de Epping pero, señor, me niego a que me hagan callar con la palabra “experto”,
e invito a todo el mundo a hacer lo mismo. Un “experto” puede ser alguien muy
peligroso, porque es muy probable que su opinión coincida con la del sector que representa (económico
por lo general). En este caso concreto no queremos someternos al criterio ni de
un guardia forestal cuyo trabajo consista en proveer al mercado de madera, ni de un botánico cuyo trabajo
consista en recoger especímenes para algún jardín, ni de un guardián del
paisaje cuyo trabajo consista en banalizar un jardín o un paisaje hasta donde
lo permite la bolsa de su patrón. Lo que queremos son hombres sensatos y con
gusto artístico para que sopesen cuáles son las necesidades fundamentales y que
ofrezcan su consejo.
Ahora bien,
me da la impresión de que las autoridades que tiene a su cargo el bosque de
Epping pueden abrigar dos proyectos diferentes. Primero, puede que quieran
cuidarlo como un jardín, o convertirlo en campos de golf (y temo que tengan
hasta esta última posibilidad en mente); o, segundo, tal vez crean necesario
(como sugiere usted) reducir el número de carpes para que tengan más
posibilidades de supervivencia. Los habitantes de Londres protestaríamos
contundentemente contra la primera posibilidad, ya que, si se pusiera en
práctica, el bosque de Epping se convertiría en una vulgaridad más; resultaría
destruido, de hecho.
En cuanto a
la segunda alternativa, para que nos quedemos tranquilos haría falta que los
espacios despejados se volvieran a plantar, y casi exclusivamente con carpes.
Y, lo que es más, se debería actuar con el mayor mimo para que no se tale ni un
solo árbol, salvo para permitir que crezcan los demás. Porque, obsérvese, al
tratarse de árboles relativamente pequeños, serán más bellos cuanto más se
aproximen unos a otros, en la medida que permitan sus necesidades de
crecimiento. Para el bosque de Epping queremos arbustos, no un parque.
En resumen,
se cometerá un error grave y casi irreparable si, con la excusa de la opinión
de los expertos, por puro descuido e improvisación, se escamotea este problema
de las manos del público más consciente: desaparecerá la personalidad esencial
de uno de los ornamentos más hermosos de Londres, y a nadie le quedará un
ejemplo para mostrar cómo era el gran bosque del nordeste.
William Morris
“La
Era del Sucedáneo
y otros textos contra la civilización moderna”
William Morris, pepitas de
calabaza ed., 2016
1 comentario:
La historia y su manía en dar vueltas y vueltas
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