14 de abril de 2009.- Del Blog Tierra de Joaquín Araujo
La poesía es el lenguaje que supera al lenguaje porque nos desborda en las dos direcciones de la flecha del tiempo. Precede y sucede a la comunicación y por tanto la completa. Es como la vida, cuando entendemos a la misma como ciclo, como dinamismo que dice pero que su significado siempre nos resultará mayor que la suma de todo y de todos los vivientes. Y como lo que hace, es decir comunica, acompaña, asegura y promete más vida.
Patente intención encontramos en la Natura, de ligar, pero de forma directa, sin intermediarios, como pretenden los sistemas trascendentes, la ciencia o las actividades extractivas. Nos deja que sean nuestros cuerpos y en los ojos de todos los que podemos mirar, cara a cara, a los hijos de la luz, a todos los vivos.
Aquí andan al descubierto los elementos esenciales para la transparencia del sentimiento. Es como la esencial sangre, que no descansa y no la vemos, ni tocamos, el aire, su luz, el agua, su frescor, son los aliados fieles del sentimiento de la Naturaleza, del esencialmente poético contemplar al mundo y pretender narrarlo, sin conseguirlo jamás en su totalidad.
Palabras nómadas, exploradoras de todos los rincones, de las intimidades que fundan y fecundan incesantemente al porvenir.
Agua y luz forman el contorno del todo. Desde la forma al sentimiento. Desde el poema a la lectura del mismo.
Si la poesía es siempre diálogo entre lo que es y como lo sientes, el mundo natural tiene mucho de la conversación de los primeros poetas, que no son otros que el limpio encuentro del agua con la luz y de ambos elementos con nuestros ojos.
Luz mojada, agua que tirita entre el crepitar de la luz, animales que palpitan, plantas que brillan. Ésta es la de lo espontáneo: un encuentro con el tiempo y el espacio anterior a nuestras formas de medios. Una dosis de eternidad, pues. Una eternidad amenazada. No podemos olvidar que si sigue la destrucción también se acabarán los poetas.
Patente intención encontramos en la Natura, de ligar, pero de forma directa, sin intermediarios, como pretenden los sistemas trascendentes, la ciencia o las actividades extractivas. Nos deja que sean nuestros cuerpos y en los ojos de todos los que podemos mirar, cara a cara, a los hijos de la luz, a todos los vivos.
Aquí andan al descubierto los elementos esenciales para la transparencia del sentimiento. Es como la esencial sangre, que no descansa y no la vemos, ni tocamos, el aire, su luz, el agua, su frescor, son los aliados fieles del sentimiento de la Naturaleza, del esencialmente poético contemplar al mundo y pretender narrarlo, sin conseguirlo jamás en su totalidad.
Palabras nómadas, exploradoras de todos los rincones, de las intimidades que fundan y fecundan incesantemente al porvenir.
Agua y luz forman el contorno del todo. Desde la forma al sentimiento. Desde el poema a la lectura del mismo.
Si la poesía es siempre diálogo entre lo que es y como lo sientes, el mundo natural tiene mucho de la conversación de los primeros poetas, que no son otros que el limpio encuentro del agua con la luz y de ambos elementos con nuestros ojos.
Luz mojada, agua que tirita entre el crepitar de la luz, animales que palpitan, plantas que brillan. Ésta es la de lo espontáneo: un encuentro con el tiempo y el espacio anterior a nuestras formas de medios. Una dosis de eternidad, pues. Una eternidad amenazada. No podemos olvidar que si sigue la destrucción también se acabarán los poetas.
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