
Del Blog CRÓNICA VERDE por César Javier Palacios. 19 /11/09
Las obras de construcción de un nuevo aparcamiento subterráneo para el Congreso de los Diputados están provocado un auténtico arboricidio en Madrid. Son 262 nuevas plazas en cuatro plantas subterráneas. Ya de paso, sus señorías remodelarán la popular Carrera de San Jerónimo para darle a la calle nuevos aires de modernidad, ajenos a que los árboles que durante décadas han luchado denodadamente por sobrevivir en un asfixiante ambiente urbano están en peligro.
Es verdad, no se cortará ninguno y todos sus troncos han sido protegidos con maderas para evitarles daños involuntarios, pero morirán de igual manera.
Desgraciadamente, parece que ni nuestros próceres, ni nuestros arquitectos, ni nuestros contratistas han tenido en cuenta un pequeño detalle que hasta un niño sabe: los árboles tienen raíces. Y por no saberlo los están matando a todos.
Tratados como farolas, las máquinas han abierto zanjas a su alrededor arrancándoles de cuajo la vida. Quizá algunos, los más fuertes, sobrevivan, pero cedros, sóforas y aligustres están sentenciados. Si no antes, cuando lleguen los primeros calores del verano morirán sin remedio. Y con ellos perderemos a esos árboles singulares que fueron testigos vivos de tantos acontecimientos históricos de España, de coronaciones y golpes de Estado, de pactos y desencuentros.
"Entre todos los matamos y ellos solitos se murieron".
Han caído ya demasiados árboles en Madrid; los de la M-30, los del Parque de Arganzuela, los del Paseo de Recoletos o los ya sentenciados del Salón del Prado. Como también los de tantas otras ciudades de España.
Ya lo dice mi amigo y magnífico botánico Bernabé Moya.
Los árboles son en las ciudades elementos de ornato, y en arquitectura ornato es la parte superflua del edificio.
Nuestros padres de la Patria necesitan aparcamientos. Ven morir a los árboles a sus pies y no les dice nada. Ya nadie los defiende por lo que son, por los sentimientos y emociones que cada uno de ellos nos producen. Están, estamos, ecológicamente insensibilizados.
Es verdad, no se cortará ninguno y todos sus troncos han sido protegidos con maderas para evitarles daños involuntarios, pero morirán de igual manera.
Desgraciadamente, parece que ni nuestros próceres, ni nuestros arquitectos, ni nuestros contratistas han tenido en cuenta un pequeño detalle que hasta un niño sabe: los árboles tienen raíces. Y por no saberlo los están matando a todos.
Tratados como farolas, las máquinas han abierto zanjas a su alrededor arrancándoles de cuajo la vida. Quizá algunos, los más fuertes, sobrevivan, pero cedros, sóforas y aligustres están sentenciados. Si no antes, cuando lleguen los primeros calores del verano morirán sin remedio. Y con ellos perderemos a esos árboles singulares que fueron testigos vivos de tantos acontecimientos históricos de España, de coronaciones y golpes de Estado, de pactos y desencuentros.
"Entre todos los matamos y ellos solitos se murieron".
Han caído ya demasiados árboles en Madrid; los de la M-30, los del Parque de Arganzuela, los del Paseo de Recoletos o los ya sentenciados del Salón del Prado. Como también los de tantas otras ciudades de España.
Ya lo dice mi amigo y magnífico botánico Bernabé Moya.
Los árboles son en las ciudades elementos de ornato, y en arquitectura ornato es la parte superflua del edificio.
Nuestros padres de la Patria necesitan aparcamientos. Ven morir a los árboles a sus pies y no les dice nada. Ya nadie los defiende por lo que son, por los sentimientos y emociones que cada uno de ellos nos producen. Están, estamos, ecológicamente insensibilizados.
Pero no es el único sitio donde se comoten atrocidades contra los árboles. Como no pueden quejarse, ni protestar, aguantan lo que les echen, nunca mejor expresado, como en el caso que nos acompaña. Muy próximo a nuestra retina.
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