domingo, 21 de octubre de 2012

EN BUSCA DEL TEJO PERDIDO


Mi primer fin de semana en la comarca de Omaña de León, en casa de los anfitriones Alipio y Belén  resultó de lo más entretenido. Molaba la experiencia. A mi corta edad, 8 años estas aventuras no se olvidan con facilidad. Por si acaso  iba prevenido. Había sacado un libro en la biblioteca de los que me entretienen: de misterio. Pero lo que ahora os cuento se asemeja más a las aventuras de un India Jones muy personal. El domingo por la mañana montamos en el coche para hacer una excursión. Llegamos a unas casas a la orilla de la carretera y atravesamos una valla que nos conducía por una pista empinada. De momento no llovía. Protegido por mi chubasquero rojo y mis botas de agua de avatar, al principio me quede retrasado del grupo principal con mis padres y mi hermana de 3 años.
En algún tramo del paseo me contaban que el abedul, como las hojas  de la fotografía superior, se hace inconfundible por su corteza clara, de tono gris ceniciento. De su cara interna, muy traslúcida y fina se sacaban pergaminos que en la antigüedad se usaban para escribir, a los que los romanos conocían con el nombre de Librum. Es durante esta estación otoñal cuando los abedulares muestran su colorido, cuando en los bosques de hoja caduca empieza a tornear la hoja, y diferentes matices impregnan el paisaje de una gran riqueza cromática.


La humedad del terreno no me importaba. Para eso iba bien protegido y calzado. No me importaba cruzar una y otra vez, a izquierda y derecha del estrecho camino paralelo al arroyo de Entrepiedras. Toda una odisea sorteando arraclanes, avellanos, abedules, sauces, fresnos y otras especies de árboles que desconocía. A mí lo que me entretenía de verdad era coger moras: que sabrosas estaban, una aquí otra un poco más allá, otra zarza tres pasos más adelante. Algunos se quedaron sorprendidos que hubiera todavía a estas alturas del calendario tan rico fruto.


Como todo explorador audaz me aconsejaban caminar con sigilo y sin dar grandes voces, algo difícil en un niño a esta edad y en un medio que estaba descubriendo, explorando con los cinco sentidos. En la imagen superior descubrimos una huella de un animal salvaje del que encontramos varios rastros en nuestro paseo: el jabalí. Con su hocico hundido sobre las praderas y orillas del arroyo aireaba el terreno en busca de las preciosas raíces que le alimentan.

Por mi parte, no acertaba a comprender tanto entusiasmo por el hallazgo. Aunque pasado un tiempo acierto a comprenderlo. Les despertaba el mismo interés que a mí cuando descubrí la Amanita muscaria, pero esta vez David el Gnomo se había ausentado quién sabe si ahuyentado por mis voces o en busca de una morada alternativa.
Continuaba a lo mío. Intentar cortar el agua del arroyo con una piedra plana e intentando disimular el cansancio por el tramo andado.

Por fin llegamos. Tras esa puerta imaginaria construida por los avellanos se encontraba el destino: los tejos. Al fondo, se vislumbra la silueta de un adulto que me enseño los dos tipos de silbatos que son imprescindibles para salir a  la Naturaleza: uno para las personas y otro para los animales, en especial para los perros. Aunque para mí, el que resulta reconocible es el de mi madre que me silba con potencia para que acuda a su llamada. 
Parece que mis exclamaciones habían sido aceptadas. Tras repetir un par de veces: 
¿Falta mucho? ¿Cuando comemos? 
En una pradera descubrí otro buen matorral poblado de moras. Mi apetito lo saciaron adecuadamente estos generosos frutos del bosque, junto con otros dulces y embutido del que todos dimos buena cuenta.

Los adultos atravesaron el umbral mágico anteriormente reseñado para descubrir los tejos. Según les oí contar, se trataba de un bosque moldeado por la intervención del hombre.Un terreno ahora en desuso, abandonado en los últimos 30 años, de ahí que los tejos debido a su lento crecimiento sean relativamente jóvenes como el de la fotografia anterior.


Su porte, formación, altura, edad, textura y arraigo sobre el terreno era diferente según me contaban. Unos dominaban más sobre otros, haciéndose notar en el paisaje. Lo que si me aconsejaron era no tocarlo; por si acaso, ya que se trata de un árbol tóxico para los humanos. Aunque si se obtienen de él usos medicinales que remedian nuestras enfermedades.



A medida que penetraban en el terreno, el patromonio natural que observaban era más completo. Distintos árboles y arbustos, además de las plantas herbáceas y el sotobosque era mas completo. Un paraíso en el que adentrarse y descubrir nuevas sensaciones. Cuando se iba ganado altura los tejos eran de mayor antigüedad.




De regreso a donde me había quedado junto con mi hermana y nuestra cuidadora personal escuchaba a los mayores como intercambiaban opiniones a cerca de un ejemplar rendido, humillado, pero noblemente erguido y resistiendo al paso del tiempo: un tejo seco que ha sido testigo mudo del devenir y fenece en el bosque siendo todavía parte de él.



La vuelta al coche se me hizo más rápida. Tenía más fuerza y caminaba siempre en cabeza. No acertaba a comprender como nuestro guía portaba durante todo el trayecto unas raíces secas sobre su fornido cuerpo. Al llegar a casa lo entendí. Estas pequeñas raíces de junquillo, sin embargo, sirvieron de alimento para otro animal que transitaba por nuestro camino. No andábamos solo en esta aventura.

Antes de concluir nuestro trayecto, en las proximidades de este fresno notablemente impregnado por el color de la estación otoñal, nos contaron que el activo glaciarismo de los últimos periodos geológicos han dejado numerosas evidencias en toda la comarca. Moldeados por inmensas lenguas glaciares, algunas de varios kilómetros de longitud, estos valles en artesa se caracterizan por su perfil en "U" con fondo amplio y plano. Y así pasé la mañana. Algo que relatar a mis amigos cuando regrese  al colegio el lunes.

P.D: En agradecimiento a Mateo y Valle que se emboscaron en nuestro bosque habitado portándose como verdaderos jabatos.

1 comentario:

Inés. dijo...

Anque no he estado, me lo imaginado como el niño. Me ha gustado.