lunes, 28 de diciembre de 2009

" VENCERÉIS PERO NO CONVENCERÉIS"


FUENTE: César-Javier Palacios del blog CRÓNICA VERDE 27 de Diciembre de 2009

Era el último testigo vivo del vergonzante exilio de Miguel Unamuno a la isla canaria de Fuerteventura en 1924. O al menos así lo pensaban muchos vecinos. Y lo acaban de talar.
De nada le ha valido el respeto y hasta la admiración que muchos sentíamos por este venerable superviviente, curtido en mil batallas urbanísticas. Cuando el bello
especiero (Schinus molle) conoció al querido rector de Salamanca todo esto era campo abierto. Daba sombra a la última casa camino de la playa, en un destartalado caserío que por entonces se llamaba Puerto Cabras, rebautizado en 1956 como Puerto del Rosario por eso del marketing.
Por aquí bajaba todos los días Unamuno para bañarse desnudo en Playa Blanca (fue precursor del nudismo en España), o para sentarse en un peñasco frente al océano, donde pidió que le enterraran si moría en Fuerteventura. Ya no queda esa piedra, ni el árbol, como tampoco la gran finca agrícola de Diego Miller, el inglés, donde gustaba el escritor de detenerse para ver los camellos y charlar con sus cuidadores.
Pobre árbol, aromático, resistente, extranjero (es originario del Perú), viejo. No le dieron ni el privilegio de morir como mueren los árboles, abatidos por la afilada hoja del hacha. Murió vilmente, arrancado sin compasión por una excavadora, como quien arranca una mala hierba.
Ahora vendrá nuestro alcalde a decirnos que plantará otro o quizá un centenar. No es lo mismo señor político. Las vidas no se pueden intercambiar como mercancías.

ACUERDOS MÍNIMOS TRAS EL FIASCO DANÉS



La Cumbre de la ONU del Cambio Climático de Copenhague concluyó con un acuerdo de mínimos al que se opuso Venezuela, Nicaragua, Cuba, Bolivia y Sudán, que lo consideran ilegítimo. El compromiso se selló a última hora entre el presidente de Estado Unidos, Barack Obama, los líderes de los gigantes emergentes, China, India, Brasil y Sudáfrica, así como algunos países africanos en desarrollo. Por su parte, el secretario general de la ONU, Ban Ki-moon, aseguró en una rueda de prensa tras alcanzarse el acuerdo, que trabajará para convertir ese texto "en un tratado legalmente vinculante en 2010".
El documento, de carácter no vinculante, deja de lado los ambiciosos objetivos colectivos defendidos por la Unión Europea (UE), tanto para los países industrializados como para los en vías de desarrollo. Los firmantes no han fijado objetivos de reducción de gases, aunque sí han dado el visto bueno a una limitación de la subida de temperaturas a 2 grados centígrados para evitar una catástrofe. El acuerdo también establece un fondo total de 10.000 millones de dólares entre 2010 y 2012 para que los países más vulnerables puedan hacer frente a los efectos del cambio climático, y 100.000 millones anuales a partir de 2020 para mitigación y adaptación.
Además de desterrar la posibilidad de un futuro tratado o tratados internacionales de reducción de emisiones de CO2 vinculantes para el período post-Kioto, a partir de 2012, el acuerdo cerrado en Copenhague incluso retrocede respecto de la hoja de ruta marcada en Bali en 2007, donde al menos se indicaban límites flexibles de reducción de los gases de efecto invernadero para las próximas cuatro décadas.
En el nuevo documento se establece que de cara al año 2020, cada país o bloque de países de los industrializados estén en Kioto, o no deberá comunicar antes de febrero de 2010 cuáles son sus objetivos individuales. Las naciones en desarrollo podrán o no fijarse reducciones o límites de CO2 de modo voluntario, pero si lo hacen estarán sometidas a verificación de Naciones Unidas, con la garantía de que su soberanía será respetada, dice el texto. Este extremo satisface así a China, que siempre se ha negado a aceptar supervisión externa.

En la actualidad, las únicas obligaciones de rebaja de las emisiones de CO2 de los países desarrollados son las autoimpuestas, cada quien con un año de cálculo distinto, aunque pueden cambiarlas antes de febrero de 2010; el 20% para el 2020, de la UE respecto de los niveles de 1990; el 4% ofrecido por Estados Unidos -según su cómputo, un 17% tomando como año base el 2005-; el 25% de Japón, y los objetivos referidos por Canadá y Australia, del 20 y entre 5 y 10%, respectivamente, aunque toma como base el año 2000.

lunes, 21 de diciembre de 2009

DEHESAS DE INCIERTO FUTURO


Por Fernando Pulido es profesor de la Escuela Universitaria de Ingeniería Técnica Forestal y del Medio Natural de la Universidad de Extremadura.



Fuente: Suplemento NATURA del 8 DE dICIEMBRE DE 2009, Nº 42
1. Preámbulo
Si una encuesta planteara la elección del tipo de paisaje más representativo de nuestro país, no cabe duda de que las dehesas ocuparían uno de los primeros puestos. La misma encuesta otorgaría sin duda el liderazgo a las dehesas si se realizara entre la ciudadanía extranjera que visita nuestro territorio en busca de valores naturales y alimentos genuinamente ibéricos. Esa misma imagen idealizada se traslada con frecuencia a los medios de comunicación, donde los pastaderos arbolados del centro y occidente ibéricos ilustran con frecuencia noticias con aires románticos y autocomplacientes. Cierto es que, después de un largo tiempo en que las dehesas fueron inadvertidamente el medio de vida para gran parte de la población rural española, las tendencias conservacionistas de los años ochenta y noventa nos hicieron verlas como paradigma del desarrollo armónico. Incluso me atrevería a decir que las dehesas fueron en este tiempo las primeras víctimas de una desafortunada terminología importada que las etiquetaba como modelo de sistema «sostenible», «sustentable» o «durable» sin precisar el contenido de tales calificativos y, lo que es peor, sin que las propias dehesas cumplieran los requisitos para merecerlos.
Aquellas dehesas, de hecho, habían sido objeto de un uso abusivo durante largas décadas en que el crecimiento demográfico rural se apoyó en el desmonte de manchas de bosque y matorral para el cultivo y el pastoreo sin que importara en exceso el mantenimiento del arbolado. De hecho, como denunciaba un trabajo de Miguel Elena en 1987, el segundo tercio del siglo XX conoció la tala o arranque de millones de encinas y alcornoques, unas veces para abastecer con carbón a la industria del metal y otras para dejar paso a grandes planes de regadío o cultivos forestales exóticos. A falta de estadísticas, no hablaremos de la defunción, más silenciosa pero seguramente más grave, de los millones de renuevos que perecieron a causa del ganado o el tractor mucho antes de adquirir porte de arbusto.
2. Aires conservacionistas
La dramática y a menudo injustificada eliminación de extensos encinares y alcornocales alcanzaría su apogeo en los años setenta, si bien por entonces algunos colectivos ciudadanos recién implantados manifestaron abiertamente su oposición y lograron la adhesión de una importante masa social. Fruto de aquellos esfuerzos, coordinados por el naturalista Jesús Garzón, fue la declaración en 1979 del Parque Natural de Monfragüe, que, al detener la destrucción de miles de hectáreas de monte mediterráneo, despertaría una conciencia ambiental favorable a la declaración de nuevos espacios protegidos en el ámbito territorial de las dehesas. Fue también Jesús Garzón quien en los primeros años noventa aunaría las voluntades de conservacionistas, gestores y científicos en varias iniciativas europeas para la conservación de la cultura trashumante de la dehesa. A través de proyectos demostrativos, se enseñó entonces a la sociedad la importancia de una gestión racional para la conservación de estos paisajes y de las vías pecuarias, un entramado de caminos urdido secularmente que resucitaría en 1995 con la tan aclamada Ley de Vías Pecuarias. Buena parte de las disposiciones, proyectos, centros, publicaciones y otras actuaciones que hoy afectan a las dehesas deben su existencia al impulso decisivo logrado en aquellos años. Es más, si la primera industria nacional cuenta hoy con una red viaria adecuada para los usuarios de miles de alojamientos rurales, es también gracias al impacto mediático de aquellos rebaños trashumantes que, aún hoy, atraviesan nuestros campos y urbes.
3. Avances en el conocimiento aplicado
En una nueva demostración del hondo calado social de aquellas primeras iniciativas a favor de las dehesas, diversas instancias administrativas nacionales y regionales reaccionan en los años noventa con el desarrollo de políticas específicas en materia de ciencia y tecnología aplicadas a la gestión de los distintos componentes, esencialmente pastos, ganados y árboles, de los sistemas adehesados.
Muy oportuno resulta en este momento el arraigo y el creciente prestigio internacional de organismos como el Instituto del Corcho extremeño, justo en un momento en que, al amparo de directivas comunitarias, comienza un década de prosperidad para la forestación de tierras agrarias que permite incrementar la superficie arbolada con encinas y alcornoques, afianzando un incipiente empresariado forestal en gran parte ligado a estas actividades. En este mismo sentido, el incremento de la apreciación en el mercado del corcho (entonces «oro pardo») conduce al apogeo de las empresas suberícolas.
Por si fuera poco, el sector ganadero resurge y las dehesas alcanzan en el cambio de centuria su máxima rentabilidad en términos globales, eso sí, bajo el artificio de los subsidios a la reforestación y las primas ganaderas de la UE. En el ámbito científico-técnico, las dehesas pasaron en esta década de ser objeto de una investigación arcaica y localista a situarse en medio de la esfera internacional como el sistema agroforestal más extendido y valorado de Europa. Así, aparecen impetuosos grupos de investigación en numerosas instituciones que, aprovechando el legado de sus predecesores y las nuevas herramientas y presupuestos públicos, profundizan en el conocimiento de los valores ecológicos, productivos y de sus relaciones. Entre los muchos hallazgos surgidos de esta intensa actividad científica, me atrevo a destacar dos que ejercieron y ejercerán una poderosa influencia sobre el rumbo elegido por los gestores de las dehesas. En primer lugar, y aunque parezca mentira, se desarrollan los primeros estudios sistemáticos e integrados sobre la biología de la encina y el alcornoque como componentes de un sistema forestal dinámico y frágil. Asistimos entonces a la constatación de un hecho largamente sospechado pero nunca antes cuantificado: debido a la falta crónica de regeneración, las dehesas no tienen capacidad para perpetuarse más allá de la duración del ciclo vital de sus árboles (100-200 años). En otras palabras, la mortalidad natural o inducida de los árboles no se ha visto históricamente compensada con la aparición de renuevos y, por esta razón, las dehesas más antiguas carecen ya de arbolado o éste se encuentra en estado decrépito. Esta simple observación, puesta negro sobre blanco, haría cambiar nuestra percepción de los paisajes adehesados, añadiendo ahora un componente dinámico e histórico imprescindible para su gestión a largo plazo. En la práctica, se trata de reconocer que estamos ante un sistema productivo exhausto y que, manteniendo los llamados «métodos tradicionales» de gestión, estamos propiciando lo que Tobias Plieninger llama acertadamente la autodestrucción de la dehesa.
El segundo descubrimiento al que me refería proviene del mundo de la economía de los recursos naturales, cuyo principal valedor en los últimos treinta años es el profesor Pablo Campos gracias a una fecunda trayectoria investigadora centrada en la dehesa. Sus estudios pormenorizados de fincas extremeñas, andaluzas y lusas demuestran que, incluso en condiciones de pérdida de rentabilidad derivada de los productos directos de la dehesa, el precio de la tierra se ha incrementado más que en sistemas comparables de mayor rentabilidad directa. La explicación se encuentra en la altísima valoración (más de un tercio del precio de la tierra) de los servicios ambientales consumidos por los propietarios de las fincas.
Dicho de otro modo, el ocio recreativo se ha convertido en un producto más de la dehesa, en su mayor parte autoconsumido. Así, el hecho de que la rentabilidad dependa menos de la producción directa que de la apreciación de la tierra explica la falta de inversiones productivas a largo plazo por parte de los propietarios, que generalmente manejan horizontes de tiempo cortos en la toma de decisiones.
Dado que también la apreciación de los valores ambientales por el público que visita las dehesas y su entorno ha crecido notablemente, se plantea el interrogante de cómo afrontar los costes del mantenimiento de los bienes que disfrutan tanto el gestor privado como la sociedad. Dicho en términos más crudos: dado que no cabe esperar que los propietarios inviertan para mantener valores ambientales comunes, ¿deben existir mecanismos correctores de intervención pública? ¿A cambio de qué?
4. Seca, sequía y otros desórdenes ambientales
Manolo Maldonado, incansable innovador del comercio del ibérico en Alburquerque (Badajoz), vende el jamón más caro del mundo a 1700 euros la pieza, eso sí, de la máxima pureza y esmero. Desde hace tiempo refiere con desazón que las altas temperaturas invernales de los últimos años no permiten la curación de jamones bajo condiciones normales de salazón. Por si fuera poco, la dehesa comunal de su pueblo, un genuino ejemplo de gestión artesanal de los recursos de la montanera, hace muchos años que no produce bellotas en la cantidad deseada para el cebo de sus cochinos, y, encima, la superficie afectada por la patología de «la seca» de la encina no para de aumentar. Se trata de un hongo que ataca las raíces del árbol disminuyendo la capacidad de absorción de agua, lo que, en tiempos de sequía, resulta obviamente letal. Aunque la seca y el cambio climático llegaron al ámbito geográfico de la dehesa hace ya dos décadas, sus efectos más alarmantes son relativamente recientes. Recapitulemos: sin la tradicional trashumancia a los pastos del norte, que permitía el descanso estival de las fincas, y con las cargas ganaderas más altas de la historia, el suelo se compacta, la regeneración no se produce y el arbolado envejece; pierde entonces parte de su potencial productivo y de su capacidad para afrontar episodios extremos.
En este caso, además, el drama combinado de la seca y la sequía acaece en el momento de máxima debilidad histórica, caracterizado por la decrepitud de los árboles y el sobrepastoreo. La búsqueda de soluciones a problemas recientes no admite la aplicación de fórmulas tradicionales. Por desgracia, tampoco parece que los avances técnicos puedan deparar soluciones rápidas y efectivas. Por un lado, no está en nuestras manos modificar las nuevas tendencias climáticas desfavorables, ni tampoco es viable la adaptación a corto plazo de nuevas variantes genéticas forestales o ganaderas a ambientes difícilmente predecibles. Por otra parte, el problema de la seca ha intentado ser combatido con distintos métodos antes incluso de conocerse en toda su dimensión. Los «revitalizantes vegetales», como el fosfonato potásico que se inyecta en el sistema vascular del tronco con costes nada desdeñables, no son ninguna garantía. El laboreo del suelo, que incrementa la infiltración y mejora el estado hídrico, podría estar ayudando a la propagación del patógeno. Y la selección artificial de genotipos resistentes para su uso en la repoblación de zonas afectadas, si alguna vez se muestra efectiva, sería una solución cara a largo plazo.
La conclusión ineludible que se desprende de esta reflexión es que los nuevos problemas ambientales de la dehesa deben atenderse más con herramientas preventivas que curativas, y más con nuevos modelos de gestión que con las costumbres y vicios adquiridos en el reciente periodo transitorio de vacas gordas.
5. El ocaso de la cultura de la dehesa
Situaciones como la que acabamos de plantear siembran alarma y desconcierto entre los gestores de las fincas. Valga como prueba el incremento sin precedentes del número de consultas o peticiones que nuestro grupo de investigación forestal en la Universidad de Extremadura recibe de parte de propietarios o técnicos desorientados. Echando la vista atrás uno recuerda nítidamente los tiempos en que la toma de decisiones en la gestión diaria de las fincas correspondía a empleados maduros, de tez agrietada y manos desproporcionadas, que sin pretenderlo impartían una lección de agroecología a poco que se les preguntaba. Hoy estos señores desdentados aguardan en el hogar del pensionista la llegada de algún emisario de la Sociedad del Conocimiento que pueda hacer acopio de su sabiduría trasladándola al contexto actual. Por el contrario, los conocimientos del empleado, el administrador o el propietario medio actual son una mera caricatura de los que atesoraban sus predecesores. Si antes la estructura familiar de la mano de obra era garantía de la transmisión del conocimiento, ahora muchos empleados ocupan su puesto de forma oportunista o transitoria, sin llegar siquiera a aproximarse a la complejidad de los sistemas que manejan.
Puestos a buscar atenuantes a esta situación, urge el desarrollo de nuevos sistemas de formación profesional que, huyendo de la masificación y con una sólida base empírica adquirida sobre el terreno, impidan la ruptura de la cadena de transmisión de conocimientos madurados a lo largo de décadas. En este sentido, el ejemplo de los módulos de formación de pastores o explotadores del corcho que se están poniendo en marcha marca una senda en la que es preciso adentrarse aún más. El caso del aclamado proyecto «Cayado y Zurrón» que impulsa la Junta de Extremadura pone, además, el acento en la dignificación de los oficios del campo y su equiparación con los más convencionales en condiciones laborales y valoración social. No obstante estas iniciativas sectoriales puntuales, queda claramente pendiente el diseño de planes formativos para un conjunto amplio e integrado de técnicas de gestión de fincas de dehesa.
6. El mercado de lo singular
Como modelo extensivo de uso de la tierra, la dehesa no aspira a competir en cantidad con otros sistemas intensivos que generan producciones de calidad baja o moderada. La producción ganadera extensiva es el principal producto comercial de la dehesa, al que se supeditan la mayor parte de las decisiones de gestión. El grueso de las rentas obtenidas lo son por productos que ostentan algún tipo de certificación de calidad, normalmente ligada a la producción teóricamente respetuosa con el entorno y una alimentación en gran medida natural de los animales explotados. Así, una larga lista de «productos de alta calidad» como la carne de cordero, ternera o los derivados del cerdo han ido obteniendo las correspondientes distinciones oficiales de singularidad y ocupando sus estrechos pero rentables nichos en el mercado. No obstante, la prosperidad de estas producciones sigue estando en tela de juicio debido a factores externos, como las frecuentes adversidades climáticas o sanitarias, e internos. En relación con esto último, y de forma muy patente en el caso de los derivados del cerdo, los criterios de control de la calidad se han mostrado claramente deficientes y propensos al fraude, corriéndose el riesgo de trasladar al consumidor la sensación de que casi todo vale en el mercado de lo singular.
De forma paralela, en las dos últimas décadas hemos asistido al auge de otra de las producciones cárnicas de la dehesa, esta vez derivada de la práctica de la caza mayor. La actividad cinegética estuvo tradicionalmente ligada a áreas serranas donde la falta de rentabilidad ganadera era compensada con el aprovechamiento corchero y las monterías. Últimamente, la caza mayor ha ido ganando adeptos en el ámbito geográfico de la dehesa, donde un gran número de fincas ha reorientado su gestión rentabilizando valores ambientales y recreativos antes ignorados o autoconsumidos por los propietarios. Aunque la carne es un producto secundario de esta actividad, su elevada apreciación en países centroeuropeos en virtud de un bajo contenido graso genera rentas complementarias de las obtenidas por los puestos de montería. En el debe nuevamente hay que citar los gravísimos problemas ecológicos y sanitarios asociados a la intensificación en la gestión de la caza mayor. Así, el aporte excesivo de suplementos alimenticios para mantener artificialmente densidades de reses muy por encima de la capacidad de carga de las fincas ha originado graves impactos sobre la vegetación y el suelo, amén de una incidencia anormalmente alta de enfermedades infecciosas. Estas situaciones próximas a la «alerta cinegética» han obligado a reducir drásticamente la densidad en no pocos cotos, como por otra parte venía siendo advertido por los expertos en este tipo de explotaciones. Afortunadamente esta misma situación de alarma ha sido también el germen para el establecimiento de criterios de certificación de la actividad cinegética que, impulsados principalmente por el equipo del profesor Juan Carranza y la Junta Nacional de Homologación de Trofeos, tratan de establecer un conjunto de buenas prácticas en la gestión de las fincas.
Aún con ejemplos extraídos de sectores dispares con una idiosincrasia propia, queda patente que la intensificación de la producción por encima de los límites ambientales automáticamente acciona mecanismos de penalización que favorecen la calidad sobre la cantidad; el problema está en nuestra capacidad para anticiparnos a las situaciones críticas antes de que sean irreversibles. Inspirados en esta otra concepción y con gran retraso respecto a otros países, han irrumpido en el ámbito de la dehesa los métodos de «producción ecológica» que, amparados en los consejos autonómicos reguladores, han ido extendiéndose en un nuevo intento de dotar a los productos de elementos de distinción aún a costa de generarlos en condiciones desventajosas. Aunque la dehesa parece ofrecer más resistencia que otros sistemas agrarios para la implantación de los métodos ecológicos, éstos han pasado en pocos años del ámbito de lo esotérico a ocupar su pequeño hueco en el mercado, en lo que se antoja como una trayectoria imparable a poco que el apoyo institucional permita superar umbrales mínimos de aceptación y presencia en los grandes escaparates comerciales.
7. La acción política coordinada: ¿una última oportunidad?
El gráfico que representa la historia reciente de las dehesas dibuja una tendencia neta hacia el declive porque los periodos de leve mejoría se alternan con bruscas caídas. Esta trayectoria no ha conocido aún situaciones en que el auge económico ocurra sin costes ambientales, aunque los estudios económicos muestran la más que posible sinergia entre valores directos e indirectos en el libro de cuentas de la dehesa. Como evidentemente cualquier política de reorientación en la dehesa tiene que estar condicionada al mantenimiento del capital ambiental, hemos de preguntarnos en primer lugar por una estrategia activa para garantizar la conservación del arbolado, lo que desgraciadamente no se consigue con plantaciones esporádicas sino facilitando y dirigiendo el proceso continuado de regeneración natural. Los estudios que actualmente coordina Gerardo Moreno en dehesas extremeñas pretenden evaluar los costes y beneficios de un nuevo modelo de gestión basado en la exclusión temporal del ganado en porciones de las fincas hasta conseguir una regeneración adecuada, que necesariamente se refugia en los matorrales que crecen al desaparecer el pastoreo. Aunque las pérdidas en calidad del pasto y el aumento del riesgo de incendio pudieran ser importantes, lo serían de forma transitoria y a cambio de la instalación predecible del regenerado, una mejora de la fertilidad del suelo y un probable incremento de la diversidad del paisaje, la flora y la fauna. Esta gestión en «mosaico rotativo» contempla la finca como una mezcla de parcelas pastadas, sembradas y en regeneración cuya ubicación espacial cambia según una secuencia temporal preestablecida. Por tanto, su puesta en marcha exige un plan de ordenación a largo plazo y también mecanismos que compensen la pérdida de rentas por la reducción de la superficie pastable. La única alternativa conocida pasa por la plantación periódica de árboles protegidos individualmente, una solución más cara y con efectos ambientales inciertos.
Cualquiera que sea el método elegido para la regeneración del arbolado, es evidente que se trata de una solución tan drástica como necesaria, así como incompatible con visiones sectoriales estrechas, pues es la integridad del sistema lo que está en juego. Los últimos años de turbulencias económicas y ambientales no han dejado margen a la reflexión y la planificación de estrategias de largo alcance. Sin embargo, una puerta al optimismo parece abrirse cuando, por ejemplo, varias decenas de instituciones públicas y privadas de varias regiones son capaces de aunar esfuerzos para crear «Encinal», una influyente iniciativa por el futuro de la dehesa que se suma a las mejoras legislativas implícitas en las leyes de la dehesa extreme y andaluza. En estos momentos el Senado debate una ponencia en su Comisión de Agricultura que tal vez desemboque en una propuesta a nivel europeo para declarar la dehesa como un tipo de paisaje unitario en términos legislativos. En la práctica esto debería desembocar en la financiación de contratos de gestión territorial concertada para compensar a los propietarios los costes objetivables por su aportación de bienes ambientales. Es mucha la información que debe generarse y amasarse para hacer de éste un procedimiento socialmente equitativo, pero la oportunidad lo merece. Puede que no conozcamos otra igual.


viernes, 18 de diciembre de 2009

ANTONIO GAMONEDA Pasión en la Mirada

En la selva roja donde el agua nunca
la luz destella, ni, de oscuras ramas,
un pájaro revuelve la espesura
y, luego, lento en el azul se eleva
y el canto le sostiene y pacífica;
en esta oscuridad que se respira
y a sí misma se ignora, pero siente
los pies descalzos del pastor, la lluvia
que oscurece las hojas y perfuma
el liquen y refresca la madera,
aquí no deja pasar la noche,
en larga suavidad: lame las grutas
donde vive la sed y desliza
entre las ramas cautelosas. Siempre
pasa la noche pero el día nunca,
ni el rostro amado que bajar quisiera
hasta aquel, la maleza y envolverse
en el silencio de la selva; nadie,
ni aquella ronca vibración de oro
de la abeja nupcial; naturaleza
que al solo oculto corazón escucha latir en soledad, pero llorando.

REUNIÓN MARTES 22 DICIEMBRE

A partir de las 19.30 horas del martes 22, si os ha tocado la lotería con mayor motivo, se convoca al mayor número de socios y simpatizantes del brote joven para un simulacro de ASAMBLEA. Dado el carácter de la misma, nos gustaría contar con la presencia de todos los que podais aportar algo a este proyecto que surgió hace diez años. Taer la mochila cargada de teorías y respuestas, la voz afinada, pues habrá turnos de palabra para cada que cada uno se expresa como sepa. Vale admitimos el lenguaje de signos y la mímica para hacer lo más dinámico. Como la foto que ilustra el texto adjunto , buscar el envés de la realidad. A modo de esbozo adelantamos uns pinceladas de lo que trataremos:
- Lo que tenemos.
- Lo que queremos.
- Los que somos.