miércoles, 23 de julio de 2014

RECORRIDO POR LAS SENDAS DE EA

Un municipio pequeño, apenas 1.400 ha de superficie le contemplan. Dos vocales configuran su nombre: Ea. Pero no hay que confundir con el partido político que se agrupa bajo esas iniciales. Enclavado en los límites de la comarca de Busturia aldea-Urdaibai con los límites de Lea Artibai.


Entre sus encantos destaca el encinar cantábrico de Natxitua. Protegido por una de esas figuras rimbombantes, Hábitat de interés comunitario. Ocupa una superficie considerable dentro del barrio de Galdiz. Una curiosidad lo contempla: enclavado en la zona eurosiberiana se trata de un bosque mediterráneo adaptado a su entorno. 


Bajo la sombra de este notable ejemplar de fresno se esconde la campanula glomerata, ajena a los vaivenes de los rigores climatológicos.

Madroños, con el de la imagen inferior, aladiernos y vegetación asociada al encinar conviven en un espacio amplio de terreno. Junto con fauna y avifauna propias de este ecosistema.


Colores, aromas, sonidos emboscan el paisaje. Tan cambiante por momentos, que pasa por ejemplares notables de roble como el de la fotografía inferior.

Hasta cultivos forestales, pino insignis, como el de la instantánea adyacente. El instinto maderero se apodera de la colina, despojándola de su cubierta vegetal en aras del interés económico. Desnudando el paisaje en las cercanías de la playa de Natxitua.



Un altivo ejemplar de pino preside la penúltima curva antes de llegar a la cala de Natxitua. Las olas mecen su fuerza antes de llegar al manto de rocas que preside el entorno.

Continuamos el recorrido y al volver la vista atrás observamos que no caminamos sólo. Un hongo camuflado por la fina hierba  delata la presencia de otros seres vivos en estos confines.


Abandonamos el barrio de Natxitua deteniendo nuestra mirada en los arcos góticos de la Iglesia de Santa María de la Consololación. Una muestra del rico patrimonio religioso que atesora esta comarca.
La ría de Ea vierte sus aguas en la playa. Fundiéndose en un sólo ser como muestra la imagen obtenida con la marea baja.
Desde el muelle del pequeño puerto y ambos lados de la ría se bifurcan los caminos que nos adentran por este peculiar pueblo. Cobran notable relevancia los puentes que unen los margenes de la ría.



Siguiendo el cauce del río Ea nos adentramos en un paseo fluvial de apenas kilómetro y medio. Las ganancias netas de Biodiversidad con las que nos encontramos las detallamos a continuación.

Una abeja se muestra afanada en la tarea de libar el néctar de las flores que aún sobreviven en este enclave.

La crocosmia empieza a colonizar el terreno. Una especie invasora que se adueña de una parte de la margen derecha del camino y que también encontramos en una zona de pinar.



Las primeras moras veraniegas hacen su aparición. Su grosor, madurez y color invitan a degustarlas.
La nitidez, frescura y fuerza del caudal del río invitan a probarlo. 




Los alisos,  sauces, avellanos, laureles, se entremezclan con los castaños, algunos destellos de robles y acacias que rodean el paisaje fluvial.


Mientras nos alejamos  estos insectos prosiguen su camino. El primero intentando atravesar el camino por el que transitamos. Los segundos peregrinando cuesta arriba escalando su pequeño Tourmalet. Un último alto para obtener una vista panorámica del antiguo complejo ferromolinero de Urtubiaga de origen medieval y reconstruido en el siglo XVIII. 



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